Tres historias son las que se entrelazan en la trama de El último tango: el cuento de Emma Zunz
de Jorge Luis Borges, la pintura de Francis Bacon y el origen de ese baile al
que llamamos tango. Son tres historias de pasión, muerte y venganza. Los
personajes de la película buscan el conocimiento de sí mismos mediante la
autodestrucción. Michel Leiris sugirió una vez al propio Bacon que “el
masoquismo, el sadismo y casi todos los vicios, en realidad, eran tan solo
maneras de sentirse más humano”.
El tango nace en los arrabales de Río de la Plata y
Montevideo y su baile pronto se alojará en los lupanares de París como una
expresión de las más bajas pasiones, de la sensualidad. El tango es el baile de
la carne donde los danzantes entrelazan sus piernas en un acto exhibicionista
de la seducción hecha movimiento. Así es la historia de amor entre Paul y
Jeanette: un baile erótico que profundiza en los más oscuros deseos del placer
sexual.
Otro paralelismo con el tango lo encontramos en la
cuestión social. A pesar de surgir ligado a los bajos fondos y a un hibridismo
cultural pronto es aceptado por las clases pudientes europeas; de esta manera,
nuestra joven burguesa adopta la actitud lúdica del baile en sus encuentros
furtivos con el maduro americano en ese apartamento de la calle Jules Verne de
París. Esa es una de las grandes diferencias entre los protagonistas: ella toma
como un juego ese escape que le proporciona el sexo, una manera de evasión de
su vida aburguesada y monótona. De hecho, en una escena le dice a Paul algo así
como “aquí me puedo sentir como una niña”. Para él, en cambio, los encuentros
sexuales son una huida de su mísera existencia, de sus problemas.
Aquí
es donde empieza la pintura de Bacon, en la disolución dentro de los excesos de
la carne. Y es que el tema de las pinturas de Bacon es la vida en la muerte,
cosa que se ha dicho del personaje de Brando: un hombre muerto en vida, sin
pasado ni futuro, y del que solo vemos un presente lleno de amargura y falto de
esperanza. Un hombre vapuleado por las circunstancias del suicidio de una
esposa con un amante clónico, que se siente atrapado en el hotel que regenta.
Bertolucci
nos presenta un personaje que no ha podido elegir nada en su vida, con una
juventud difícil y una mujer que lo trataba como un huésped más del hotel
aunque “con ciertos privilegios”, como le confesará al amante de Rosa. Solo
elige una cosa: buscarse a sí mismo en el abismo de los excesos carnales que le
ofrece la joven Jeannette, en ese apartamento alquilado y desangelado. Un piso
vacío como su alma, que intenta llenar de la libertad que ofrece no saber nada
del otro, ni de sí mismo.
La
tercera historia, el cuento de Emma Zunz, es la venganza del amor. En el relato
de Borges, la protagonista planea el asesinato de su patrón porque lo culpa del
encarcelamiento y la muerte de su padre. Se cita con él, le dispara y repetirá
sin cesar: “Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me
hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...” Casi las mismas palabras que Jeannette
repite al disparar a Paul en la casa de su madre. Es la “venganza” que comete
porque él se ha enamorado de ella; porque al final, ha entrado en el juego de
enamoramiento que ella le exigía cuando le contaba cosas de su pasado, de su
vida fuera del apartamento.
Para ella, todo era un capricho y al cansarse de
ese juego rompe la baraja, de la manera más drástica que puede hacerse para
convertir al film en un auténtico drama: lo mata haciendo retumbar en el
espectador el final del cuento de Borges: “La historia era increíble, en
efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero
era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero
también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias,
la hora y uno o dos nombres propios.”
El
resto de historias de la película no son sino el ambiente para desarrollar ese
drama. La tonta y superflua relación con el joven cineasta parodia (según se ha
dicho) el estilo de la nueva ola francesa en su vertiente más pedante y
burguesa. La moral católica más fanática de la madre de Rosa cierra más el
círculo opresivo de las circunstancias vitales de Paul. El alegato a favor del
suicidio del personaje que limpia la sangre de la bañera. El chanchullo de la
prostituta y su cliente mendigando una habitación… Todo eso que queda fuera del
apartamento es el límite del marco, el portarretrato de los dos personajes.