lunes, 26 de noviembre de 2012

Diosas de barro

Las cosas ya no son como eran, ¿o sí?. En un mundo cada vez más cambiante, en esta época cada vez más trepidante no es extraño que las cosas cambien. Cosas como una presentación de un libro.
Al decir eso, uno piensa en un señor gordo, trajeado; una corbata que habla muy despacito sobre las virtudes del escritor que tiene a su lado y al que apenas conoce. Normalmente, no es necesario que este tipo haya leído el libro. Él solo está allí para dar cierta categoría al asunto puesto que ya es un literato de renombre...

Otras veces la cosa es más modesta y el señor que habla de ti sí que ha leído la obra y sí que te conoce, pero el resultado es el mismo: discurso desde el estrado y público que escucha pensando en los canapeses que van a servir a continuación (eso antes de la crisis, claro).

En cualquiera de los casos, la presentación se erige en un hecho aislado en el que solo la literatura tiene cabida. Es un forma de regodearse en las cualidades que tiene este arte aislado en el mundo. Lo que se olvida es que la pobre literatura no está sola en este mundo. Tiene otras hermanas que la esperan en la esfera de las musas. Familiares con los que, a lo largo de los siglos, ha jugado, a los que ama y apoya, hermanas inseparables aunque en ciertas ocasiones Cronos haya querido ver separadas. Y es que el tiempo es muy mal amigo y a veces ha intentado maliciosamente verlas enfadadas. 

Por eso hay veces que es bueno mirar hacia atrás y recordar esas interrelaciones entre las musas, recordar cómo conviven juntas en la fuente de Apolo. No en vano los estudiosos de las artes hablan de ciertos periodos de conjunción de las artes y los propios artistas han probado las mieles de las diferentes artes. Me voy a detener en ciertos ejemplos: Michelangelo no solo pintó la Sixtina, también sacó del mármol figuras como la Pietá o el David y en Italia se le estudia como uno de los poetas más prolijos del siglo XVI; Virginia Woolf sacaba tiempo para dedicarlo a la fotografía; nuestro Lorca era pianista; Picasso jugaba a veces a ser escritor y algunos de los pintores ingleses más relevantes de la escuela prerrafaelita, eran también admirados poetas. Esto solo es un pequeño muestrario.

Antes de que el furor del genio individual intentara arrasar con esas relaciones entre las musas, los artistas tenían claro que su contribución en su materia era una parte pequeña que se complementaba con las partes de otros artistas. El sistema gremial, amparándose en el aprendizaje, contribuyó a crear unas obras pictóricas en las que se aprecian muchas manos. Así, bajo la dirección del maestro, un pintor hacía el paisaje, otros las figuras, otros los animalejos, otros las arquitecturas... Por otro lado, el Siglo de Oro asistió a la representación de obras escritas en colaboración, Moreto, Calderón o Diamante, entre otros, escribieron conjuntamente obras teatrales, a las que pintores y músicos de prestigio en la época terminaban de dar vida para la escena.

Esta interrelación, esta conjunción de las artes, la reivindicación de la reconciliación entre las musas es lo que se pudo vivir y sentir en la presentación del libro de Begoña Regueiro, el jueves 22 en la sede de la TAI. De ese modo, Diosas de barro, no es solo un libro de poemas magnífico sino que se tornó en un espectáculo total donde la poesía de esta autora recibió un homenaje por parte de otras formas de arte. 

La velada, bajo la dirección de Andrea Rodrigo, comenzó con unas palabras de Manuel Pereira, reconocido escritor y poeta gallego. El discurso, nada al uso, fue una emotiva presentación de la autora y su obra. Con semejante comienzo se podía aventurar que el devenir del resto de la presentación no iba a encauzarse por  la convencionalidad que impera en estos actos. Y así fue, Begoña recitó a continuación uno de sus poemas en vez de hablar de influencias, inspiraciones y métodos de trabajo. Lo demás, fue un continuo placer estético donde pudimos deleitarnos con las  Diosas de barro acompañadas de la guitarra de Pablo Rioja. 

Más allá del recital, los poemas de Begoña inspiraron unas composiciones musicales de Víctor Zalalla que se usaron como transición en un espectáculo en el que pudimos ver un par de montajes de fotografía realizados por otra gran literata: Marta Gómez Garrido (cuyo nuevo libro Guardianes del olvido merece reseña aparte). Aunque baste con decir que las imágenes proyectadas son de Antonio Florez, fotógrafo consagrado, hay que señalar la profundidad tanto temática como estilística de las instantáneas. Los retratos, prácticamente todos de mujeres, que vimos eran auténticas esculturas vivas.Un desfile de diosas modeladas, ya no en barro, sino con una luz que emana de las propias figuras y que da un volumen especial y -repito- vivo a las imágenes.

También hubo cabida para el teatro. Si bien es cierto que no hubo una representación teatral en sí, varios de los poemas fueron dramatizados a cargo de los alumnos de la escuela TAI. La idea escénica de Andrea Rodrigo y de Patricia López era muy sencilla pero de gran calado dramático. Y es que la fuerza residía en el  sonido del texto que fue grabado por Patricia. Esta reproducción del poema enlatado otorgaba una dimensión extrahumana al poema, como si llegara directamente de la esfera poética. Además, el recitado estaba acompañado por ciertos sonidos, casi ruidos, que provocaron en el público una sensación desasosegante, cuya finalidad era la de conseguir una inestabilidad que no dejara indiferente al público. Creo que se consiguió.

Uno de los momentos más emotivos fue la lectura de un pequeño cuentecito inspirado en los poemas de Regueiro. Aunque fue casi imperceptible, la autora del texto, Patricia Barrera, casi queda ahogada al expresar la sentida dedicatoria que hizo contener a todos la respiración. La verdad es que merecería la pena reproducir el escrito en este espacio porque es un bocado exquisito donde la cotidianidad de una escena da un giro inesperado y nos traslada a un mundo ilógico donde las ilusiones y esperanzas quedan aplastadas; donde la diosa retratada no es más que un engranaje vapuleado por una sociedad que ya no siente ni espera nada.

La danza también tuvo representación en este hito. Inspirado en uno de los poemas de Diosas de barro, pudimos contemplar una breve muestra de lo que podría llegar a ser el libro expresado solo a través de la danza. Yo voto a tal y propongo que se realice esa representación de Diosas, que los poemas cobren vida en la danza...

En definitiva, la presentación fue un espectáculo total, una miscelánea donde las artes visuales, las escénicas, la música y la literatura se movieron de la mano y al unísono para presentar este nuevo librito de Begoña Regueiro. Bajo la batuta de Patricia López que rigió el evento de una manera soberbia, Diosas de barro fue el protagonista de una manera novedosa, simpática y amena de presentar una obra literaria en la que todo tiene cabida. Fue un acto sobrio y elegante, con lleno de público, que marcará un hito que espero se repita pronto.


1 comentario:

Patricia Barrera dijo...

Amén, hermana.